Lo primero que sorprende al adentrarse en la Taiga es el silencio. Un silencio que te rodea, te oprime, puedes sentir que te toca. La siguiente sensación es de soledad, no se ve ni un solo animal, todo esta quieto, congelado, el tiempo se ha detenido. A medida que caminas, poco a poco, comienzas a sentir, a escuchar, a ver y a darte cuenta que todo era una ilusión, que el bosque es un bullicio de vida y tan solo hay que mirar con los ojos de la taiga para ver que estas rodeado, rodeado de duendes, que vigilan los pasos del intruso.
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